

El ruido
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Cada vez el mundo de los humanos produce más ruido. ¿Lo necesita para poder vivir? Imposible escaparse de él. Al hablar está el sonido de las palabras. Sobre todo cuando alguien está distante dentro de casa. El aparato fonador formado por la boca, la garganta y los pulmones emite unos sonidos y la comunicación familiar fluye según la cercanía y las circunstancias. En reuniones familiares el calor sube en los saludos y las fiestas.
Al salir de la calidez del hogar, los ruidos aumentan. En las calles llueven los buses grandes, los automóviles y las motos desde que comienza el día. En las empresas las alarmas y las máquinas suenan. La gran ciudad parece una enorme fábrica de ruidos. No hay cornetas a la vista pero no hay un segundo en silencio durante el día. En algo se mitiga, pero no desaparece, al llegar la noche. La vida continúa en fábricas, restaurantes y otros lugares de vida nocturna: la gente llega tarde a sus casas o salen muy temprano de viaje o a trabajar en su turno.
El ruido de los carros, de los aviones, de la lluvia, de los gritos de vendedores en las esquinas o junto a plazas de mercado contamina el ambiente y da lugar a lo que distingue a la gran ciudad.
Ya el ser humano no puede gozar del silencio que añoraron nuestros antepasados. No podemos añorar el estado paradisíaco que vivieron Adán y Eva. Ni siquiera podemos imaginar el relativo silencio del que gozaban los monasterios en la Edad Media en donde cantaban los monjes la misa y las horas con la melodía gregoriana. Era la vida más o menos quieta de aquellos tiempos antes de la revolución industrial que inició en el siglo XVIII.
La quietud, el aprecio por la vida del campo, por la contemplación y el amor por el estudio y la virtud cedieron ante la aparición de la máquina y la tecnología y las universidades.
La manera de ver y de vivir en el mundo ya no podía ser lo que cantaba Fray Luis de León a finales de 1590. “Qué descansada vida la del huye del mundanal ruido” … Ya comenzaba la era industrial y despiadada, lejos de la medida y la regla. Sería la era larga de la rueda, la máquina, el préstamo, el interés, la fama y la competencia.
El “no ruido” llegó a su máxima y bella expresión con los Beatles, sus gestos, modo de vestir, la candidez de sus instrumentos y la explosión de sus letras pacifistas en los escenarios: Hey, Jude, Let it be, Penny Lane, Love is all you need, Don’t let me down. El cabello largo, las caras, il bel canto, la frescura de los cantantes respondían a valores no vistos hasta ese momento. No, se trataba de tocar fuerte ni de sacar la cara por la música, de empezar una nueva era. Y lo hicieron. No, eso no era ruido. Fué un hito del arte.
Para leer otras columnas del autor aquí
Deja Una Respuesta