
Foto: BBC
El Rey del juego (mayo de 2011) Recordando a Mark Twain
Nunca he conocido un ser tan especial, marcado por lo aleatorio, sorpresivo e inusitado que en raras ocasiones nos muestra la vida.
Creo que Epaminondas Gordillo debió nacer como fruto de un amor profundo, porque había sido el más hijo más querido de su madre, por la que guardaba religioso respeto, manifestado en cruces que hacía de hombro a hombro, cada que la recordaba; pero también creo que debió ser concebido después de una apuesta entre los espermatozoides, -a ver cuál llegaba primero-, porque desde niño, su vida estuvo gobernada por un amor indoblegable a toda clase de juegos de azar, donde estuviera involucrado un premio (en dinero o en especie).
Así, mientras sus compañeritos de escuela primaria, jugaban, por mero placer o por deporte, al trompo quiñador, o al ‘pepo’ y a ‘los cinco hoyos’ con canicas de cristal o corozos y chambimbes, Epaminondas, no los acompañaba si no apostaban algo: las bolas, el trompo, las monedas para los dulces, el fiambre… cualquier cosa.
Pero su amor a las apuestas pronto se extendió a los aspectos cotidianos de la vida: – ¡Apuesto, una melcocha, a que ese carro voltea a la izquierda!
-¡Voy cinco centavos a que más tarde no llueve! -¡Por dios bendito, apuesto que ese ‘pitojuí’ agarra esa mariposa, que va volando! -¡Apuesto un banano a que esta hormiguita llega primero al nido!… Y así, dele a la apostadera y más tarde a los dados cargados que le robó a su tío, y cuando cumplió los diez años, a los naipes con señales; al domino, removiendo las fichas con mañas, para escoger las mejores; jugando a la tabla, que al café Colombia trajeron los Mizrachi y Salomon; apostando en las peleas de gallos y al cumplir los 12 años, viviendo en, y del billar, que fue su verdadero amor, y para el cual mostró cualidades excepcionales, en carambola libre, a tres bandas y en la ‘clavija’, marcando puntos de más cuando se enfrentaba a un rival superior, o aun ‘marrano’ que se descuidaba o ya estaba entonado con los tragos.
-Ahí fue cuando conocí a toda clase de perros y malandrines y a los quince años ya conseguí moza, y después, que ya tenía llenos los bolsillos, nos metíamos al «Tibiritabara» o al «Bola Roja», a beber en forma, a bailar, cuando estaban en su apogeo la Sonora y los Matamoros y a pichar con las putas, enviciándome a estar encima de una trigueña de Palmira que me dejó encoñado, después que estuvimos la primera vez y así, andando y en las mesas de juego, me relacioné con los maestros de los dados, las cartas, el dominó y fui garitero, conociendo los secretos y las marrullas para poder andar enlucado -, me contó una tarde mientras compartíamos una media de aguardiente, sentados en una banca del parque central.
-Te cuento Arturo, que yo a los setenta años, no me arrepiento de nada, ni de la plata que me tiré, ni de que me haya dejado sólo la mujer y viva en una pieza… Con el juego conseguí la casa para esa vieja, los siete hijos que le crié y los tres míos… Esa vez me gané ocho millones que hoy serían más de veinte y se los metí al rancho… Mi vida era el vicio, porque yo si le he pegado duro a casi todos… al trago, que casi siempre acompañaba al juego, aunque yo era vivo y me controlaba al principio, mientras aseguraba al marrano, al que le servía de seguido para que se emborrachara… y después al basuco, que me enseñó a fumar un amigo para pasmarnos una rasca la berraca que ni caminar podíamos… Ahí si fue peor, porque a un vicio lo combatíamos con otro y gasté plata en forma, porque ese puto bazuco si es tragón hermano… no acaba uno de fumarse un cigarro y ya quiere prender el otro y así destape cajetillas, sáqueles la ‘virusa’ a los cigarrillos y retáquelos con el polvo en los platados llenos de esa mierda, para terminar: después de horas de hacerle a la sopladera… todo tembloroso, con los dedos y labios quemados de ‘matar chicharras’, la mandíbula desencajada y encalambrada y con ojeras de vampiro… mirando por las ventanas y las rendijas de las puertas, creyendo que todo el mundo nos seguía y estaba viéndonos… me acuerdo y no puedo creerlo… ¡Que bestialidad! Me acuerdo y no puedo creerlo… Como cinco años metido en ese puto vicio… el peor que he conocido, porque acaba con todo: familia, amistades, plata tiempo y salud… Imagínate: pagar por un vicio que te acelera el corazón, te pavimenta los pulmones, con los químicos que usan para fabricarlo, más el ladrillo molido y los polvos con que lo rebajan; de repeso te quita el hambre, te alborota el delirio de persecución y ni para pichar sirve, porque se te alborotan las ganas, pero cuando estás en la cama, no se te para el chimbo… No me crea tan güevón… Le doy gracias a mi diosito lindo que pude salir de ese hueco -.
-Cómo hiciste?
-De un momento a otro. Me mamé y caí en cuenta lo malo que me estaba cayendo y lo chimbo y acaba plata y salud de ese berraco vicio… Me le abrí a las amistades que les gustaba la ‘sopladera’ y también el trago que va pegado a ese vació pues pasma la borrachera… Me abrí del parche y santo remedio…sin meterme a centros de rehabilitación y esos antros que se han inventado ahora para desplumar a los familiares de los viciosos… Poco a poco volví a buscar a los míos, que me querían a pesar de todo… sobre todo, los hijos a los que nunca les falté con las obligaciones del estudio y la comida… gracias a diosito lindo.
– ¿Y después qué? –
– No definitivamente… ‘Del cielo le llueven clavos al que nace para crucificado’ y yo definitivamente nací para el juego. De las brasas caí en la candela, cuando llegaron esas berracas maquinitas… Eso era cambie billetes por monedas para engordarlas esperando que soltaran un premio bueno para volverles a dejar la plata, ‘pues la ambición rompe el saco’ y nunca estás contento con lo que ganas y por querer más, salís sin nada… Ni para el bus, después de haber tenido en el bolsillo, 200, 400, 500.000 pesos. Es que uno es güevón en la puta vida hermano… Yo no les creía a mis amigos que me decían que esas máquinas están arregladas para entretenerlo a uno con premiecitos chimbos, para al final dejarlo pelado… pero yo no creía y antes me les emberracaba, diciéndoles que era envidia-
Sí, definitivamente no deja de sorprenderme Epaminondas o ‘Fosforito’, por lo bravo y rojo que se pone en milésimas de segundo cuando le sacan la piedra… me acaban de contar que, estando borracho y amanecido, se puso a jugar a la ruleta rusa, con un loco igual a él, dueño de un restaurante.
Dizque, se han encerrado en la cocina y meten la bala en el tambor del revólver. Lo ponen a girar y háganle. Según cuenta el mismo ‘Fosforito’, en el cuarto intento, apretó el gatillo y sintió un totazo que lo levantó del culo y lo puso a volar cayendo encima de varios bultos de remesa… resulta que una de las empleadas se había olvidado de cerrar la llave de paso de la estufa de gas y con la chispa del percutor sobre la bala que se zurró y no explotó, estalló el cilindro, que estaba a siete metros.
Cuenta el bombero que arrimó a rescatarlo, que lo primero que dijo ‘Fosforito, fue: -Sí me salvé de esta: -¡Apuesto cien mil pesos a que me gano el baloto!
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