«El profesor me queda mirando con unos ojos que me comen। Yo me siento mal y a veces quisiera mejor retirarme del colegio». Zoraida, 14 años, IX curso.*
Por Alfonso J. Luna Geller
El acoso sexual parece ser un esnobismo y no un asunto grave cuyas consecuencias psicológicas y psicosomáticas entre quienes lo sufren pueden resultar irreversibles, escalofriantemente traumáticas.
Un grupo de estudiantes –muchachas ellas- pusieron el dedo en la llaga al darnos a conocer aparentes casos de acoso sexual, justamente en el instituto que goza de fama nacional por sus altos niveles académicos y porque de sus aulas han egresado distinguidos profesionales de las artes, de la cultura, las ciencias, la economía y de la política.
Por guardar un supuesto prestigio institucional no se puede correr el riesgo de invisibilizar las agresiones de que son víctimas algunas estudiantes del colegio, le contesté a un profesor que me dijo tener mucho cuidado con lo que escribiría acerca de las quejas recibidas sobre intenciones abusivas sexuales por parte de otro profesor hacia sus alumnas.
Ocurre aquí, en Santander de Quilichao, y pretendo con este escrito hacer un llamado a la Personería Municipal (donde dí a conocer el caso de manera verbal), a las autoridades administrativas de la educación, a los padres de familia, a defensores de los derechos humanos, etc., porque ante este tipo de problemas que se advierten, nadie puede ser indiferente.
Me dio a entender el profesor que es preferible para ellos, hacer menos visible el asunto o pasarlo por alto, como si no fuera dramático, para conservar un supuesto buen nombre de ellos y de la institución, ocultando el atentado contra la integridad moral y física de las alumnas.
Es urgente, en esta ciudad, adoptar las medidas necesarias para prevenir, eliminar y sancionar este tipo de conductas, que irónicamente, se presentan en el “prestigioso” plantel educativo, que si no se han hecho visibles o no se denuncian, no es porque no existan, sino porque algunos docentes tienen dificultades para definir y delimitar lo que se entiende por acoso y abuso sexual; frecuentemente lo ven como natural, minimizan el hecho o culpabilizan a las chicas. Y repito, las instituciones se preocupan más del prestigio del plantel que de reivindicar y defender los derechos humanos de las víctimas de violencia sexual que ocurren en ese ámbito.
La respuesta no puede ser unilateral ni puntual. Es indispensable construir redes sociales que promuevan, atiendan y vigilen la erradicación de estos brotes de abuso moral y físico en los planteles educativos. Los alumnos tienen derecho a una vida libre de violencia emocional, física o sexual; mujeres y hombres tienen derecho a gozar de un espacio educativo sin agresión; a espacios de estudio, escuelas y colegios, sin amenaza ni el más mínimo atisbo de maltrato psicológico, físico o sexual. El derecho a la dignidad humana de hombres y mujeres pasa por la erradicación de la violencia de género que degrada a ambos y deja a las mujeres con la peor parte, porque la impunidad o el silencio amparan -de modo usual- a quienes agreden.
Lo grave del asunto es que, según la queja recibida, el profesor cita a sus alumnas a su apartamento, en horas de la noche para “arreglar las malas notas” que les clava en el plantel, a pesar de que las jóvenes ya han sufrido besos y caricias no deseadas durante el día.
Estaremos pendientes de las respuestas que se den a unos derechos de petición que se han tramitado ante la rectoría del plantel, para analizar si las medidas que deben generarse responden a una perspectiva de derechos humanos y con una acción conjunta no sólo de los actores del sistema educativo sino también de los agentes de administración educativa y de justicia e incluso de padres y madres de familia.
Para nosotros, el prestigio institucional se gana, se merece, se conquista y se conserva es con acciones positivas que lo generen y no debe ser un mal entendido espíritu de cuerpo entre los docentes o personal administrativo (que obviamente, no son todos pero sí se da y es un factor distorsionador) y ese supuesto prestigio existe es por el bajo nivel de exigibilidad y de vigilancia desde la sociedad civil, porque normalmente la gente que se anima a denunciar es muy poca. El nudo crítico en el tratamiento del tema es la vergüenza, pero por otro lado está el temor a ser culpabilizada porque, el resto de la sociedad culpabiliza.
La violencia sexual, encubierta con la amenaza de la nota escolar, es la menos visibilizada, la que menos se denuncia, de la que menos se habla. Pensamos que este tema debe empezar a ser visto como un problema de violación a los derechos humanos como son otros. En muchos casos, el ataque sexual sigue considerándose como un delito contra la moral y no un delito de agresión que viola la integridad personal de la víctima.
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