
Foto: Créditos al autor, Donaldo Mendoza
El poncho de Asoinca
Otro título podría ser: Tanto va el cántaro a la fuente, hasta que se rompe. Los lectores, que suelen estar bien informados, saben que me voy a referir a las declaraciones de Roy Barrera, presidente del Congreso, y a la subsiguiente reacción de Asoinca. Es más, creo que el ‘escándalo’ se había demorado en explotar. En efecto, hará unos seis años, en una reunión en el colegio donde trabajaba, en el marco de un paro, el comité interno invitó al presidente de Asoinca, el señor Fernando Vargas, para que hablara sobre los ‘móviles del paro’.
Como advertí que se hablaba de muchas cosas, hallé la ocasión para decirle a Fernando Vargas que el poncho (rojo y negro) que identificaba al sindicato podría dar lugar a interpretaciones que seguramente no iban a ser de su agrado, dado que la asociación con un grupo armado era fácil de hacer. También le dije que pensaran en cambiar algunas imágenes de la sede del sindicato, que aludían más a una narrativa ortodoxa que al pensamiento crítico y libre. Y como insinuando una propuesta, mencioné a Paulo Freire (Brasil, 1921-1997), el pensador de una pedagogía y conciencia liberadoras, que bien merecía estar allí, acompañado de alguna frase de su Pedagogía del oprimido.
Ante mi comentario, Fernando Vargas guardaba silencio, pero movía la cabeza en forma monorrítmica. Esa manera de decir sí, pero no. Asoinca, suele ser poco proclive a ventilar diferencias. Las reuniones en la sede del sindicato son como un ritual: una guardia pretoriana ocupa las hileras de adelante en el auditorio, para aplaudir con fervor los discursos de la tarima que siguen la línea de Vargas.
Fernando Vargas ha sido reelegido presidente en innumerables periodos. Cuando se pregunta la razón, la respuesta llega como un soplo del espíritu: «Porque es honesto». Convengamos que es cierto, pero ¿Qué va a pasar con la «honestidad» cuando a Vargas le llegue el momento del retiro forzoso?, ¿se acabará Asoinca?, ¿el magisterio se lo ha preguntado?
Estuve afiliado a Asoinca más de veinte años, y me retiré, no porque estuviera en desacuerdo con el sindicalismo que, bien concebido, debe existir en empresas o instituciones públicas y privadas. El sindicalismo nace de la necesidad de sofrenar los abusos de individuos en función de gobernar o administrar. Y para defender los derechos legítimos de los trabajadores.
Me retiré por el curso que había tomado Asoinca, con una dirigencia limitada a una sola persona, una especie de autocracia, antítesis de una democracia deliberante. Me aburrí de ir a la sede a escuchar discursos que los de adelante aplaudían, mientras los de atrás esperaban la hora de que terminara la reunión para irse a la casa, cuando no había marcha, porque “el educador marchando, también está educando”.
Y si hay paro, no hay clases. Entonces desde la sede del sindicato se les dice a los docentes que hay que reponer los días no trabajados. Ya en la realidad, la reposición es una variante de mentira piadosa, porque estudiantes y profesores se aburren como ostras en esas horas adicionales, aparte de que la inasistencia es alta. Y respecto a lo dicho por Roy, ni será un estigma ni representará riesgo alguno para los directivos de Asoinca, si acaso un distante eco para la reflexión.
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