
El paisa que tiene al Cauca ganando trofeos
Leidy Cruz – Redacción Popayán
Enrique Arango creció en Medellín rodeado de artistas, en un ambiente social difícil que instauró en él un deseo de aportar a la sociedad a través de lo que ama hacer.

“Desde pequeño empecé a bailar en Medellín. Vengo de unos barrios con una problemática social grave. De ahí fue que nació la idea de ir a otras ciudades a hacer lo que se hacer que es la danza y rescatar a las personas por medio del arte”, señaló Enrique.

Popayán se convertiría en su nuevo hogar. “Desde que pisé Popayán algo me dijo –vení para acá. Me encanto la gente, me encantó la tranquilidad con la que se vive. Me encantó la ciudad. No me quiero ir, me han recibido muy bien”, manifestó.
Al llegar, no se imaginó que a partir de ese momento la capital caucana lo cautivaría y les robaría a los paisas ese joven extrovertido que formó su academia de baile lejos de casa y que unió sus sueños a los de niños, jóvenes y adultos que comenzarían a danzar al ritmo de sus enseñanzas.
“Me gustó mucho el estilo de bailar de los caucanos. Dije que acá se pueden hacer cosas bonitas, se pueden hacer cosas grandes y desde ahí empecé a imaginarme la escuela y ahí empezó este sueño”
El sueño de establecer su academia de baile y así lo hizo. Fue cuando nació la Real Academia Latina, su escuela, la que se convirtió, junto a sus alumnos, en sus motores de vida.
“Este lugar me mueve demasiado y ha sido por esto que yo hago, por esta semilla que yo sembré, es que siempre que salía de cirugía o que estaba tan mal, siempre quería regresar a este lugar”, expresó Enrique.

Y es que con el trabajo realizado en la Real Academia Latina este paisa ha dejado en alto al Departamento del Cauca. Concursos, presentaciones, clases y talleres que lo llevaron junto a sus aprendices a la cima de los escenarios.
“Son más de 100 títulos para el Cauca en diferentes modalidades”, afirmó.

Fue justo en ese momento, cuando cosechaba los triunfos de sus esfuerzos, que la vida quizá le puso a prueba: su salud se vio afectada y entonces, una nueva batalla se apoderó de él. La batalla que lo ha mantenido día a día, luchando por estar vivo.
“Llega mi enfermedad y bueno, ahí el Kike que todos veían se estaba acabando, cada vez estaba más lejos de lo que todos pensábamos. Me perdí, fue un capítulo súper traumático para mí”, señaló.
Una enfermedad que inició con un dolor abdominal y que inconveniente tras otro, lo llevó a estar en coma y a enfrentar diferentes escenarios clínicos.

“Yo estuve en coma tres días. Yo despierto en el hospital con el estómago abierto. Me dicen los doctores –Kike, regresaste a la vida. Ahora vas a mirar si eres capaz de soportar lo que viene-, cuando yo volteé mi cabeza hacia abajo y miro lo que había, fue como si el telón de un teatro se fuera al piso”.
Fueron semanas hospitalizado en Popayán, meses más hospitalizado en Medellín, múltiples cirugías e intervenciones que lo obligaban a aferrarse a la vida.
“Tuve dos muertes clínicas. Perdí el potasio, me puse como un balón. Se me olvidó escribir, se me olvidó hablar, tuve problemas psicológicos y psiquiátricos, mejor dicho, Kike inició desde ceros otra vez”
No obstante, pese a que Enrique estaba lejos de su academia y de sus alumnos, sus ganas de vivir se aferraban a ellos. Siempre que fue consciente tuvo claro que debía regresar a Popayán, no solo porque en esta ciudad estaban materializados sus sueños, sino porque sus alumnos le demostraron día a día su compromiso, apoyo y fidelidad, pues pese a su ausencia, la Real Academia Latina se sostuvo.

“Mis papás me decían –Ve, no te vayas por allá, quédate con nosotros-, y yo les decía que no, que tenía que seguir en mi escuela, porque si no estaba en ella, no iba a soportar todo el trauma que estaba viviendo”.
Enrique sentía un compromiso con la Real Academia, tenía claro que debía regresar, que su lugar estaba en Popayán.
Al volver, sintió que parte de ese capítulo difícil había terminado. Sin embargo, se enfrentaba a una nueva batalla: aceptar que ahora ya no podía estar sobre los escenarios, aceptar que ya no podía hacer lo que más amaba: danzar.
«El dolor más grande de un bailarín es dejar de bailar. Para mí es un reto muy grande el no poder estar con mis compañeros, con mis niños, después de ser un Kike que se paraba en los escenarios”
“Le doy gracias a Dios y a la vida por tenerme acá. Estoy convencido de que nada pasa por casualidad, si Dios me tiene acá es porque tiene algún propósito conmigo y ese propósito hoy se está cumpliendo en mi vida y es hacer esto, estar aquí”, aseveró.
Enrique sabe que tiene mucho por agradecer. Se le ha otorgado la oportunidad de continuar viviendo y de estar en el lugar en el que tanto desea permanecer y aunque las cicatrices en su cuerpo permanecerán, su espíritu está reconfortado y dispuesto a seguir luchando, por él y por sus alumnos.
“Y no sé hasta cuando la vida me tiene acá, pero lo único que yo sé es que acá voy a estar, firme y haciendo el trabajo que estoy haciendo”, finalizó.
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