La crisis de la política, en términos de representación, del sentido y el valor que los ciudadanos le dan, es más evidente y preocupante en Colombia porque los partidos políticos son asociaciones clientelares cuyos miembros se mueven en la delgada línea que separa lo legal de lo ilegal. Son, en últimas, asociaciones para delinquir, saquear y restringir el sentido de lo público.
Expresiones individuales de la crisis de la política son los precandidatos presidenciales que van surgiendo en medio de la incertidumbre generada por un Presidente que irrespeta tanto a las colectividades que le apoyaron en su aventura presidencial y reeleccionista, como al electorado, al que subestima pues sabe que acá el voto de opinión, inteligente y consciente no puede competir con el poder corruptor de las maquinarias de las que disponen los partidos para asegurar el triunfo no del más capaz, sino de quien mejor interprete sus ansias de contratos y puestos en el Estado. O para el caso presente, el que asegure las mejores condiciones para banqueros e industriales y para los señores de la guerra.
En las actuales circunstancias el país necesita de un proyecto político de largo plazo con el cual un candidato convoque a todos los sectores de la sociedad, superando el imaginario estrecho que señala que los problemas del país se resuelven acabando con las FARC. De los precandidatos que hoy suenan en los medios no se vislumbra una propuesta seria, estructurada y coherente.
Todos están dispuestos a transar ideas e intercambiar maquinarias con tal de enfrentar a Uribe. No se han preocupado por diseñar un modelo de país soportado en una mirada sistémica que por fin entienda que el Estado colombiano tiene problemas estructurales que deben ser atendidos.
César Gaviria, Petro, Lucho Garzón, Noemí, Fajardo, Vargas Lleras y Uribito (ministro Arias), entre otros, representan la crisis de la política, de los partidos y peor, representan la incapacidad de concebir un proyecto político que vaya más allá de la voracidad clientelista de senadores, representantes, diputados, concejales, gamonales, ‘barones’ electorales, industriales y empresarios; inclusive, más allá de la estrecha mirada de aquellos ciudadanos que se dejan seducir de la publicidad política o por frases de campaña efectistas que esconden la incapacidad de los candidatos de convocar a todos para un cambio de rumbo.
Qué mezquina la forma como conciben las asociaciones clientelares (partidos políticos) la política y lo público. Qué tristeza da el sentido de la responsabilidad política que tienen funcionarios públicos como Daniel García Arizabaleta, Valencia Cossio (curioso, el ministro de la política), Juan Manuel Santos y Sabas Pretel de la Vega, entre otros muchos. El no renunciar a sus cargos ante evidentes fallas (actuaciones a todas luces ilegales, en algunos casos como el señor de Invías) en temas que son de su total resorte y responsabilidad genera valores, principios y prácticas que juntas hacen aún más ilegítimo e inconveniente el ethos cultural que ellos, precandidatos y en general todos los colombianos comparten, y que se expresa en conductas asociadas a la trampa, a la búsqueda del esguince a la ley, a la tramoya, a la viveza y finalmente, al concierto para violar la ley sin violarla.
Hasta tanto los ciudadanos no reivindiquemos el sentido de la política, entendiendo que ella está para servir a la consecución de la felicidad y de los más nobles ideales de una sociedad, el país seguirá dando tumbos, sin un norte diáfano. Ese es justamente el país que nos ofrecen los señalados pre candidatos presidenciales.
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