Nadie dijo que la construcción de la paz iba a ser fácil. Estamos grandes, de manera que hablemos claro: no es la paz, ni si quiera es un retazo de esta, se trata de un consenso que permita que las Farc se reintegren a la vida civil, que hagan política sin necesidad de empuñar un arma. Pensemos: una posible cesación definitiva de las hostilidades con esta guerrilla sería una ganancia enorme para las poblaciones que han tenido que soportar los atropellos de la guerra, pero eso no garantiza que las condiciones de vida de dichas comunidades –las más menesterosas, dicen las estadísticas– mejoren. No. Es apenas un comienzo para que la ausencia institucional del Estado desaparezca, ah, esta vez, sin temor a que un grupo armado torpedee sus propósitos. ¡Qué difícil eso!
Generalmente, cuando a la clase dirigente se le pregunta por la pobreza estructural en las zonas rurales del país, suelen exonerarse de culpas y dejan que todo el peso recaiga en los grupos armados: “Hemos gestado políticas en función de esas comunidades, pero la insurgencia impide el progreso”. Vil mentira. Si las Farc se mantienen vivas discursivamente es porque las circunstancias que suscitaron el levantamiento en armas permanecen intactas; la pobreza sigue cobijando las zonas rurales, la desigualdad no desiguala. Colombia es un país en el que pocos tienen mucho y muchos tienen poco.
Una desmovilización de las guerrillas desmantelaría esos equívocos que el discurso oficial ha mantenido, por eso a algunos les cuesta creer en el proceso que adelanta un hijo del sistema: porque de ser exitoso se tendrían que desnudar verdades escondidas debajo de tan larga alfombra: que aquí mucha gente vive de la guerra, y en ese medida, son responsables de que esta continúe; ¿si con la guerra me lucro, para qué acabarla? ¿Qué sería de aquellos dirigentes que deben su vida política gracias a su discurso belicista? ¿Querrán que se acabe la guerra? (!).
Las actuales circunstancias del proceso vuelven a demostrar que los amigos de la guerra tienen miedo de que esta cese. Por eso están como locos buscando palos al ruedo, como los buitres se viven alimentando de los muertos y aprovechan la “solidaridad” exacerbada por los medios para hacer politiquería. Esconden su gula guareciéndose en las concesiones que el gobierno pretende otorgar a la insurgencia, la verdad es que su miedo no estriba en que los perpetradores de repugnantes delitos queden impunes, ni tampoco porque estos puedan ejercer cargos públicos, por favor, en un país que le lleva atribuyendo la culpa de su atraso a esas personas que desde el monte amedrentan, quién se atrevería a depositar su confianza en uno de estos. Ciertamente, en las Farc no cree nadie.
Su verdadero temor está en las revelaciones a las que tendrían que verse expuestos, a que la sociedad colombiana –ebria en el maniqueísmo infundado por los medios– logre comprender las objetivas causas por las cuales se originó el conflicto armado y también por qué continúa.
Estas semanas asistiremos a escenarios en donde la crudeza de las acciones aumentará. Habrá más asesinatos y más dadas de baja. Habrás más fiesta, que es como diría Zuleta, más fervor, más mano firme.
Se acerca la seguridad de la guerra, y se aleja, sobretodo, el miedo de la paz.
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