Nada es definitivo, sólo la muerte. Y aún la muerte, -para quien la ha esperado-, es una amante en cuyos brazos el abrazo cumple los sueños de la vida. ¿Entonces, por qué sufrir y mesarse los cabellos cuando un fracaso viene cansado a nuestra casa a dejar su mochila vacía y sin sandalias? Él es un príncipe caído y sin memoria, que anda perdido de sus propósitos. No es una maldición ni es un cuervo que a todas horas grazna agorero en el marco de la ventana.
El fracaso es un éxito que debía salir al escenario y olvidó su parlamento. Es un gol que iba a ser cantado cuando el crack del momento pateó en la línea del penal y el balón lamió el horizontal y no probó el bocado del orgasmo. Todo pasa, como sentenció Heráclito cuando vio que las aguas iban corriendo para abajo y el río seguía viniendo. El hombre no deja de ser brillante por un mal diseño, la mujer no deja de ser hermosa porque se le corrió el labial a la quijada. Recupera el perfil aquél, se maquilla ella de nuevo, y ríe de oreja a oreja con su maxfactor rojo.
El fracaso, cuando llega, abajo los brazos y los ojos en la nuca, necesita un empujón de apoyo, una palmada de esas que dan los sicólogos, para que alguien salga de la hipnosis.
Que el fracaso es de pelo largo como Sansón, es una suerte. El consuelo es que cuando crezca otra vez, volverá a rugir y hará temblar columnas y paredes. Nadie se vuelve calvo o pierde su vigor por una peluqueada.
Es humano sentir en el hígado y el páncreas, en el esófago y la boca del estómago una sensación de frustración y un coraje. Pero eso también sucede a los artistas antes de salir a escena a triunfar y luego recibir de pie la ovación del éxito. Parece que el fracaso y el éxito fueran gemelos o fueran el mismo personaje con diferente papel en el teatro.
Usted no se extrañará de lo que estoy diciendo. La vida humana no está escrita en un tablero con baldosas blancas y negras. Es un collage de retazos que añade una niña en su pupitre con tijeras y pegante. Es producto de un descuido, de no tener una agenda clara y, a veces, una delegación infortunada o exceso de confianza en quien no la merecía.
Nadie está exento de esta ley. El rey o el pobre mezclan la risa y los sueños con la sorpresa que les da el portazo un día de ventisca y aguacero. El calendario de los años no es una pieza inconsútil que registre sólo días de gloria, de besos y banquetes. También está señalado con cuadros rojos que nos recuerdan momentos en que retrocedimos para rehacer el paso. Ahh! ¡Cuán necesarios son a veces estos estrujones para darnos cuenta de la debilidad humana! ¡Cómo nos conviene tocar la carne y sentir el tic-tac de las venas por el cuerpo y felicitarnos por tener agallas y poder decir: la vida sigue!
Cuando entre por la puerta de su vida algún fracaso, lo invito a hacer lo mismo que yo hice esta mañana. Cuando sentí la decepción y la impotencia en mis ijares, me dije : No es la muerte. Estoy vivo, alguien me quiere y quiero a alguien, tengo piso. Mientras no tenga que dar el volapié desde encima del caballo de la vida, para entrar al definitivo lugar donde no se siente nada y todo se sellará con lacre en el Olvido, ¡durmamos, escribamos, amemos, trabajemos, charlemos, bebamos, y volteémosle el espinazo a los malos ratos!
4:14 p.m.
Deja Una Respuesta