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El martes 3 febrero, 2009 a las 11:29 am
EL ERMITAÑO Y EL ROCÍO DE ACUARIO

www.samaelgnosis.net/astrologia/acuario.htm

Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Colombiano
leoquevedom @hotmail.com

La mañana amaneció fresca en el rincón del eremo. El ermitaño levantó la sábana blanca que lo acompaña en sus noches y en sus fiebres. Sintió sobre su piel delgada por los años, una sensación de algas, moluscos que se adherían a su carne y una corriente subterránea que le surcaba por entre piernas y costillas. Un nuevo mes comenzaba y presentía que las aguas de un mar lejano le brindaban su ricura. Su cuerpo experimentó que un baño bienhechor lo inundaba de ilusiones.

Se levantó al punto y se palpó como si estuviera recibiendo una descarga de energía de seres alados y alargados. Extraños abrazos y ondas se mecían por fuera de su voluntad y despertaban fuerzas que sólo había sentido cuando era joven. ¿Era una alucinación de aquellas del desierto cuando el calor levanta oleadas de capas del vapor que exhala la hondura de la arena? ¿O era un nuevo hervor de su sangre que lo invitaba a salir de si mismo y a disfrutar de nuevo el dionisíaco placer de ser humano?

Hacía muchos años el ermitaño vivía solitario, alejado del ruido que hace la riqueza y el boato y de los sensuales silbos de las sirenas en bikini. Con ayuno, hierbas silvestres y frutos verdes o secos alimentaba las horas de comida. Leía el sol, el atardecer, la noche, el amanecer, el paso de las bandadas pausadas de aves migratorias. Había acostumbrado su mente a escribir con el pensamiento sobre la nube cercana y sobre el horizonte rojo.

Levantó su mirada en extraño gesto buscando respuesta a los movimientos acuosos en torno suyo. ¿Era una tentación carnal, era un atisbo de algo fatal, era el aviso tempranero de un desenlace irracional? ¿Se iniciaba una etapa de solaz distinto y duradero que lo adentrara a saborear delicias nunca probadas?

El eremita había calmado hacía tiempo la curiosidad que había aprendido del hombre del mundo que busca en vano distraer su fin y su Destino. Su quehacer diario era enhebrar las horas con el paso del colibrí por su ventana, el balido corto de la cabra en su jardín de flores, cidrón y otras hierbas de olor y la conversación con el viento y las lloviznas. Hoy esta visita casi lo había consternado. No era un fuego interior ni una erupción malsana ni una carga insoportable. No. Era una levedad casi helada y refrescante que parecía venir de una mana invisible que le enviaba borbotones de descanso y nueva vida.

Salió de su cueva, alisó las cerdas de su cabra tierna, echó una mirada a las lilas junto a la puerta y apuró su paso hacia el norte. Caminó todo el día con la alforja sin peso terciada sobre su hombro. Miró con nuevos ojos la arena que se hundía bajo sus plantas, hinchó sus pulmones con el perfume que llegaba de los dromedarios lejanos y sus cargas, adivinó a los beduinos escanciando en su boca sedienta el agua vivificante y bebió él también la sensación que lo invadía desde la mañana.

Acuario le había traído entre sus rizos de plata una nueva alegría, sus nervios se distensionaron y su mente echó a volar como las garzas y los saltos enormes del canguro. Nada más le hacía falta. Su soledad amada se había confortado con esta visita.

01-02-09 – 10:47 a.m.

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