DING DONG DANG o TILÍN, TILÍN…
Extraño las campanas. Todas. Era una voz que sin gritar hacía que nos calláramos o comenzáramos un bullicio. Dependía de la hora. Nos quedábamos como estatuas al sonar la campana que anunciaba el final del recreo y no sabíamos si tirar el balón por última vez para tratar de hacer canasta y obtener un punto más en nuestro nada profesional juego de básquetbol.
Sabíamos que venía el Santísimo para alguna de las casas vecinas porque esa campanita sonaba diferente. Se apreciaba su voz mística, suave y solemne. La misma que hablaba en la iglesia durante la elevación de la hostia. Aquellas que anunciaban que se acercaba la hora de la misa tenían un tono de respeto. Sonaban parecidas a la frase de mi madre cuando me decía: «apúrate que vamos a llegar tarde a misa«.
Y qué decir de la campanita que usaba el vendedor de paletas La Fuente para recordarnos que era domingo y que posiblemente estábamos autorizados para comprar una fresca paleta de fruta. Y muy rara vez, – porque eran más costosos -, el cono, un cremoso esquimo cubierto de chocolate o un emparedado formado por dos galletas Graham con helado por dentro. Los saboreaba lentamente sin dejar que se perdiera una sola gotita. Yo sabía que tenía que esperar otros ocho días para ese manjar tan exquisito y eso no era seguro. A no ser que hubiera logrado ahorrar algunas monedas.
Con la campanita del Kínder de Doña María, que hacía sonar para recordarnos que no podíamos hablar en clase, no nos sentíamos regañados sino apenados. Nos daba casi terror el pensar que se nos fuera a rebajar la disciplina. Las cosas realmente se parecen a sus dueños y… esa campanita tenía la tierna la voz de Doña María.
La queja y el dolor de las campanadas que anunciaban que alguien había muerto, creo, jamás debieron desaparecer. Tal vez con ellas nuestros corazones se hubieran mantenido más sensibles al dolor ajeno y no estaríamos apáticos unos, o completamente indolentes otros, a tantas muertes violentas de todos los días que jamás serán justificadas.
Siento dolor por las campanas que han enmudecido. Se debe al moho de los años, por falta de un lugar donde ponerlas o porque algunos creen que ya no son necesarias.
12-02-18
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