

Del liberalismo…
Fundamentar filosóficamente el liberalismo es reconocer la libertad como algo esencial en el ser humano. Libertad protegida y fortalecida para que el hombre adquiera y conserve la dignidad. Esto implica, desde luego, la consecución de una existencia individual y colectiva, ajustada a la búsqueda de superación de las condiciones de miseria y de pobreza.
La doctrina liberal se contrapone a toda forma de discriminación, coacción y sometimiento. En contraposición a los regímenes autoritarios, despóticos o tiránicos, el liberalismo mantiene la vigencia de los derechos humanos y la separación de los poderes. Un Congreso independiente con respecto a los demás poderes y un ordenamiento jurídico que exprese la voluntad de las mayorías. El poder debe ser ejercido por ciudadanos elegidos libremente mediante el voto popular. La soberanía no es patrimonio de quienes gobiernan sino del pueblo, éste es el constituyente primario.
Quienes detentan el poder no son más que unos comisionados del pueblo para que cumplan la voluntad colectiva y defiendan el interés general. El liberalismo no admite que lo público se convierta en privado. El pluripartidismo, la tolerancia religiosa, la libertad de enseñanza, la libre asociación, la separación Iglesia-Estado, la igualdad y fraternidad, el derecho a disentir, la alternación del poder para evitar perpetuarlo; el consenso sin apabullar el disenso, la libertad de prensa, la contraposición a la esclavitud y a la pena de muerte, son condiciones ideológicas que fundamentan al liberalismo.
No pueden ser liberales gobiernos que terminan concentrando los poderes en sí mismos, que defiendan los intereses de unos pocos en detrimento del bien público, que se valgan de una serie de artimañas para perpetuarse en el poder, que desprecien los partidos, que manipulan y condicionan a su antojo al Legislativo, que se enojan cuando son objetos de críticas y controversias, que restrinjan o pongan trabas a los derechos sindicales. No pueden ser liberales regímenes cuestionados por violación de los derechos humanos, que se contrapongan a la universalidad de la ley y defiendan un mundo de privilegios. Un régimen y sistema político liberal entiende que la seguridad ciudadana debe desprenderse de un plan de economía social para que la gente mejore sus condiciones de vida y practique la convivencia pacífica.
No pueden ser liberales gobiernos cuyos habitantes transitan de la pobreza a la indigencia, que hagan del derecho al trabajo un privilegio, que desconozcan que el derecho a la vida abarca al mismo tiempo los derechos a la propiedad, a la libertad y a la igualdad, tal como lo estima el padre del liberalismo clásico, Jhon Locke. No pueden ser liberales gobiernos o políticos populistas que regalan pescado, pero no enseñan a pescar.
No pueden ser liberales ni democráticos, demagogos que prometen y engañan, que no son consecuentes entre lo que prometen en campaña y lo que expresan y hacen en ejercicio del poder.
Los verdaderos gobiernos liberales y democráticos no se arrugan ante la opinión pública. Al respecto Norberto Bobbio afirma que “la publicidad es la regla, el secreto es la excepción, y en todo caso es una excepción que no debe aminorar la regla, ya que el secreto está justificado en todas las medidas excepcionales, solamente si está limitado por el tiempo”. Es así como todas las actividades de los gobernantes deben ser conocidas por el pueblo soberano a excepción de algunas medidas de seguridad pública, las cuales deben hacerse conocer apenas se supere el peligro.
Los actuales debates del Congreso de la República por televisión, reconfortan y producen alivio, pues el pueblo en vivo y en directo se entera de lo que dicen, discuten, hacen y omiten los denominados “padres de la patria”. La representación sólo es posible dentro de los parámetros de la publicidad. Reuniones y discusiones secretas jamás podrían tener carácter representativo. El régimen político democrático debe ser visible y ello significa que deber ser publicitado y objeto de opinión pública.
El “histórico” Partido Liberal colombiano, lejos está de los principios liberales, de la democracia y la modernidad. Sus dirigentes han hecho de esta agrupación política un seudopartido lejos de volver a convertirse en opción de poder. Al igual que los demás, el liberalismo hace parte de los grupúsculos políticos que sobreviven del clientelismo y la politiquería. Le importa un comino el bienestar general de la población. Apetitos personales, grupales y familiares en detrimento del bienestar colectivo, es la constante.
Es una lástima que una colectividad como el liberalismo se ponga al nivel de los sectores más retardatarios de la sociedad colombiana, tanto en el comportamiento electoral como en el legislativo.
El actual director de esa colectividad, el ex presidente César Gaviria viene contribuyendo al descrédito de un partido que en décadas pasadas aparentaba liderar los cambios que la sociedad requería. El nepotismo, los privilegios y las prebendas familiares, grupales y sectoriales tienen jodido este país.
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