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Decadencia verbal

El martes 21 julio, 2015 a las 9:55 am
Jaír Villano

Por Jaír Villano / @VillanoJair

La propuesta del presidente Santos relacionada al desescalamiento del lenguaje es oportuna y necesaria. Naturalmente, la mayoría del país no recibe bien la misma, pues la decadencia verbal a la que la sociedad colombiana se somete a diario, impide que se aprehenda la relevancia que tiene el lenguaje no solo en la guerra sino en el diario vivir.

Los medios de comunicación han infundado la decadencia verbal a la que me refiero, un ejemplo de ello es con los titulares, los adjetivos y los adverbios que se emplea para referirse a un hecho. Los analistas del discurso, léase Teun Van Dijk, saben que la forma de adjetivar sesga la información, pero dicho sesgo se deslinda haciendo lecturas pausadas y contrastando la misma noticia en otros medios.

Más feo es el panorama cuando se trata de cubrir acontecimientos de mayor envergadura nacional, como las elecciones presidenciales y de autoridades locales, en los supuestos debates que convocan los medios no suele primar la suficiencia argumentativa de los candidatos sino lo rimbombante que pueda escucharse cuando uno de estos se refiere al otro, es no más recordar los lamentables calificativos a los que incurrieron Santos y Zuluaga en la más reciente contienda electoral.

El debate político en Colombia no existe. No hemos aprendido a educarnos en controversia democrática.

Eso nos lleva a otro punto nodal: la debacle lingüística empleada por los políticos. Las formas en que algunos parlamentarios se refieren a funcionarios que no son de su simpatía es deplorable, hace menos de dos semanas un senador trató a una ministra de “lagarta” y como si fuera poco usó peyorativamente la condición homosexual (gay) de la misma. Pero sin duda, las más acerbas referencias que hasta ahora se le haya escuchado a un funcionario son estas que un expresidente profirió: “Le voy a dar en la cara marica”.

Pienso que es posible que se trate de yerros suscitados en medio de una acalorada condición, todo ser humano es proclive a emplear improperios, ni más faltaba. Sin embargo, es curioso que el mismo expresidente, ora senador, sea quien se opongan a la propuesta de moderar el lenguaje. Y mucha gente lo apoya, claro, porque se ha creído, fatuamente, que la vulgaridad corresponde a esa tendencia según la cual las cosas hay que llamarlas por su nombre.

Esos adeptos no captan que el lenguaje hace parte de una estrategia política, que con las palabras se manipula, se oculta, se termina por arropar a un proyecto que muchos no advierten.

Ahora bien, también hay que decir que es lógico que la sociedad no reciba con entusiasmo la idea de llamar a los criminales por su nombre. Máxime en tiempos en que la contraparte ha arreciado contra la infraestructura pública, y por consiguiente, contra los conciudadanos.

Por supuesto, no cae bien la idea en un país que no tiene los elementos que le permitan entender las complejidades del conflicto armado, es decir, donde no hay más que un maniqueísmo que obsta una visión menos apresurada de los perpetradores de los grandes males del país. Como si los subversivos fueran tales.

No obstante, la idea de mesurar el lenguaje es necesaria para la salud del proceso. Se está negociando la paz, por lo tanto, se necesita calma y ponderación de ambas partes. Las Farc se han comprometido a cesar el fuego durante cuatro meses, la sociedad colombiana debería valorar ese gesto, y entender de una vez por todas, que si se está en una negociación es porque ninguna de las partes pudo contra la otra, de manera que hay que dejarse de pedir sometimientos.

El artífice de esta idea, debe empezar por dar ejemplo, debe dejar de enlodar a sus contradictores de fuertes adjetivos. Y los contradictores, como Gurisatti, también deben ser coherentes con la coherencia que piden. Las Farc deben dejar de cometer atropellos contra la población y demostrar por qué se autodenominan Ejército del Pueblo.

Parafraseando a George Orwell: el lenguaje político está diseñado para que las mentiras parezcan verdades y el asesinato respetable. La realpolitik consiste entre otras cosas en eso: en el arte de hacer creer. Pero esta vez se trata de un proyecto de interés nacional, de manera que es importante dejarse de intereses particulares y pensar en el bien común. Pensar antes de hablar. Dejar de lado la decadencia verbal.

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