
Por: Felipe Solarte Nates
Quien llega por primera vez y encuentra ese corte vertical de aproximadamente 50 metros, -debajo del nivel de lo que queda del cauce del río Quinamayó, situado cerca de 200 metros al nororiente, y que evidencia varias capas de la tierra, hasta llegar donde hay aguas subterráneas, piensa que están construyendo una represa; pero al dominar desde una colina todo el paisaje con una mirada de 360 grados y encontrar cerca de 10 hectáreas de enormes montones de piedra y tierras removidas sin ton ni son, por cerca 70 retroexcavadoras, que antes de esconderlas minutos después de la tragedia, trabajaban sin control en este punto, profundizando las sucesivas capas geológicas, arrancando desde la arruinada vegetal y los cultivos de yuca, plátano, árboles, guaduales y todo vestigio de verde, y al distinguir desperdigados los grandes depósitos de combustible y las estructuras metálicas, donde procesaban la tierra y piedra para decantar el oro y limpiarlo con el contaminante mercurio, uno se da cuenta que estamos en el territorio de la locomotora descarrilada de la minería, que desde el gobierno de Uribe, feriando concesiones a lo largo ancho de Colombia y el de Santos, prendieron sin medir las consecuencias socioeconómicas y ambientales, en un país rico en minerales y leyes que no se cumplen, sobre comunidades, como la del caserío de aproximadamente 200 casas de San Antonio; hasta hace dos años una alegre comunidad de negros, la mayoría familiares y conocidos desde varias generaciones atrás, compartiendo a diario charlas y juegos de dominó, dados y cartas; asistiendo a misa en el pequeño templo; conversando en las tiendas y bailando en la caseta, que además de sitio de reunión para tratar asuntos comunitarios, prende sus sones durante los fines de semana; mientras de lunes a viernes, los niños asisten a la escuela y los jóvenes juegan fútbol y practican atletismo de pista y campo, en el cercano estadio construido para los pasados Juegos Atléticos Nacionales y se graduaban de bachilleres en la Institución Educativa San Antonio, sin tener que desplazarse a los colegios de la cabecera municipal, de “Quilichao”, que en el lenguaje nasa de los paeces, traduce al español, como “Tierra de oro”.
Llegamos al sitio de la tragedia, situado a dos kilómetros del cruce de la variante de la Panamericana, en Santander de Quilichao, cerca al parque industrial El Paraíso, entrada la tarde del domingo 4 de mayo.
En el trayecto a la mina de “Agua Limpia”, por el nombre de la quebrada cercana que desemboca en el río Quinamayó, recibo un comunicado expedido el sábado 3 de mayo por la Alcaldía Municipal para “informar a la comunidad las acciones que se han emprendido dentro de sus competencias para frenar el gran problema de minería ilegal, que no solo afecta el municipio de Santander de Quilichao sino a toda la zona norte del departamento. Las acciones reseñadas empiezan con el Decreto 041 del 9 de abril de 2013, “por medio del cual se ordenó la suspensión minera en todo el territorio municipal, el decomiso de materiales obtenidos en la exploración o explotación que no se encuentre inscrito en el registro minero nacional” y termina con el documento “Oficio SGPC-50-0784 del 6 de febrero de 2014, dirigido al doctor Omar Ricardo Malagón, coordinador del Grupo de Legalización Minera (e), mediante el cual se informa sobre las agresiones físicas y verbales que recibieron algunos funcionarios públicos y de la fuerza pública en visita de inspección realizada a la vereda El Palmar. Como consecuencia de todas las acciones administrativas y legales que el equipo de gobierno de la Administración Municipal ha realizado, hemos recibido en varias oportunidades amenazas contra nuestra integridad personal, lo cual ha venido generando un clima de inseguridad; provocando inestabilidad administrativa y afectando la gobernabilidad del municipio. Por lo anterior, comunicaremos nuevamente al Gobierno nacional esta situación, y solicitaremos una vez más la intervención directa de todas las autoridades competentes para que logremos avanzar en la búsqueda de situaciones que permitan resolver de manera inmediata esta problemática”, dice en uno de sus apartes el comunicado.
Caminando a la mina hay numerosos vehículos parqueados a un lado de la estrecha vía destapada y gran cantidad de residentes en el sector y curiosos provenientes de municipios vecinos y hasta de Cali y Popayán, que llegan en una especie de turismo ‘tragediólico’, aprovechando el domingo. El gobernador del Cauca (e), Gilberto Muñoz Coronado y la secretaria de Gobierno Departamental, Edith Milena Cabezas, se encuentran con funcionarios de la Agencia Nacional Minera, quienes les informan lo que han hecho para rescatar a las víctimas. También les confirman que “hemos revisado toda la documentación y no hay concesiones, títulos, ni licencia ambiental, ni autorización para que adelanten explotación minera en el sector”, e informan “que el pasado 4 de abril, la Anglo Gold Ashanti, les envió un documento desistiendo de su propuesta de trabajar en el área de la tragedia”.
Más adelante nos encontramos con bomberos de Santander de Quilichao, Popayán, Caloto y Robles, Valle, empleados de la Alcaldía, miembros de la Cruz Roja, Defensa Civil, policías, soldados, integrantes del arma de Ingenieros del Ejército que colaboran en las labores de rescate y funcionarios de la Fiscalía, en dos unidades móviles. El coordinador de la Cruz Roja, informa que a partir de un plano elaborado sobre las obras que habían desarrollado en la mina antes de la tragedia, con la ayuda de los perros, han focalizado la búsqueda de víctimas y en la mañana del domingo hallaron otro cuerpo, para un total de 12 rescatados y encontraron una mano asida a un bolso y señales de otras víctimas que no pudieron rescatar, al sobrevenir otro derrumbe.
Conversando con un vecino del sector, me explica cómo fue el movimiento de tierras desencadenante de la tragedia. Resulta que al excavar haciendo un hondo corte vertical al occidente y por debajo del nivel del cauce del río Quinamayó, situado al nororiente, a poco más de 200 metros, por gravedad, las aguas lentamente se filtraron, juntándose con los fluidos de pozos subterráneos, que penetraron sobre los grandes arrumes de piedra y tierra amarilla-rojiza removidos y acumulados al lado del río, hasta ablandarlos, ganando peso con el agua y al final, gracias a la inclinación del terreno, desbocarse en la avalancha que se llevó a su paso a los barequeros, rebuscadores con sus bateas de las sobras que dejan las máquinas, sin dejarles escapatoria, pues en la oscuridad de la noche no podían ver y al occidente quedaron arrinconados y sepultados vivos, bajo toneladas de lodo y piedra, contra la enorme pared excavada verticalmente y con cerca de 80 metros de profundidad y sin salida posible.
Sobre el número de víctimas hay dudas, pues algunos aseguran que además de los 16 anunciados oficialmente, puede haber más, “ya que inicialmente fueron reportados por sus familiares y conocidos, los residentes en el sector, como los cinco integrantes de la familia Carabalí, sin tener en cuenta que a la mina habían llegado mineros aventureros y sin dolientes que noten su ausencia, provenientes de Antioquia, Nariño, el Valle, la Costa Atlántica y otras regiones y los cuales vivían en los numerosos cambuches construidos con guadua, madera y techados con láminas de cartón y cubiertos de plástico negro y verde, donde consumían drogas, como la marihuana, basuco, trago y también llegaban para aprovechar la fiebre del oro, las prostitutas de profesión y las improvisadas neófitas del vecindario, la mayoría estudiantes que abandonaron el colegio. Compartiendo espacio con las ventas de comida y numerosas cantinas levantadas alrededor y en una de las cuales ya hasta habían instalado una mesa de billar sobre el barro amarillo aplanado, para que no se desnivelaran las bolas”.
Para evitar que el consumo de licor en estas cantinas de minería desborde los sentimientos de pesar y resentimiento, las autoridades desde el sábado 3 de mayo prohibieron el expendio de licor; aunque en el caserío donde habitan los familiares de la mayoría de víctimas, reunidas en gran número sentadas en una casa grande del caserío, no hay mayores restricciones.
Durante reunión celebrada el domingo 4 de mayo, desde las 10 de la mañana hasta la una de la tarde, en la sede de la Alcaldía de Santander de Quilichao, entre el gobernador (e) del Cauca, la secretaria de gobierno departamental y el secretario general de la alcaldía, Néstor Pardo, con líderes comunitarios de San Antonio, El Palmar y otras veredas afectadas por la minería ilegal, la mayoría estuvieron de acuerdo en solicitarles a las autoridades el pronto control de la actividad, ya que en la vereda El Palmar los mineros ilegales con sus retroexcavadoras han intervenido más de 200 hectáreas, destruyéndolas para la agricultura y otras actividades productivas.
El lunes 5 de mayo las autoridades departamentales y municipales acordaron reunirse con los representantes de los dueños de la maquinaria y los cernideros de oro para escuchar sus puntos vista. Los ‘duros’ del negocio no dan la cara, ni se conocen sus antecedentes personales, judiciales, financieros, ni el origen de sus fortunas.
Habitantes de la región, en voz baja, comentan que desde hace meses han muerto varios en la mina “Agua Limpia”, pero los dueños silencian a las familias dándoles unos pocos millones. También se han registrado casos de delincuencia por robarles el oro o el dinero que obtienen después de vendérselo a menor precio a compradores que vienen de Cali, Buenaventura, Pasto, Antioquia y la Costa, sin dejar regalías en el municipio.
Por otra parte, en Popayán, Cali y en otras ciudades del país, numerosos editorialistas, columnistas de diarios y revistas y polemistas en programas de debates por radio, televisión e internet, y candidatos presidenciales, se han pronunciado acerca de los graves daños socioeconómicos, culturales y ambientales que está generando la extensión generalizada por todo el país, de la depredadora minería ilegal, sin que actúen para detenerla o por lo menos para regularla, instituciones del Estado, como las corporaciones autónomas regionales, procuradurías, contralorías, fiscalías a pesar de contar con herramientas jurídicas e instituciones de control y represión, tal como lo plantea Alfonso Luna, en su editorial de Proclama del Cauca. Conversando con el editorialista, dice “Vaya y corte un samán o cualquier árbol en la orilla del río Quilichao, o en uno de los parques de Santander y verá en el lío y escándalo en que se mete y el protagonismo que adquieren los funcionarios de la Alcaldía, CRC, Procuraduría Ambiental, Fiscalía, etcétera, etcétera, dándose vitrina y anunciando drásticas sanciones, por la radio y televisión que acuden en masa, buscando el sensacionalismo; pero es el colmo que desde hace más de dos años se hayan hechos los de la vista gorda con más de 100 retroexcavadoras que vienen arrasando cultivos, árboles, guaduales, desviando y contaminando con mercurio al río Quinamayó y sus afluentes, en un tramo de más de cinco de kilómetros que abarcan desde el puente en la carretera Panamericana, pasando al occidente por la vereda El Palmar, donde no ha habido tragedias, pero si han destruido para la agricultura más de 200 hectáreas, hasta el puente de Quinamayó abajo, en la vereda San Antonio, donde se registró la tragedia anunciada… El secretario de gobierno municipal, Ricardo Cifuentes, el 25 de febrero, intentó desalojarlos de El Palmar y fue recibido a piedra y amenazado de muerte por los mineros; pero al renunciar a su cargo les dio personería jurídica. Desde hace meses la Fiscalía debió iniciar una investigación de oficio, el gobierno nacional expidió un decreto ordenando y facultando a la Policía para decomisar y destruir la maquinaria, que sus propietarios han adquirido violando las normas vigentes y además les han quitado el chip de GPS, que permite su ubicación desde satélite. Ha habido negligencia e incapacidad de todas las instituciones del Estado, para enfrentar la minería ilegal”, agrega.
Mientras observo el enorme territorio devastado por las retroexcavadoras, converso con un residente en el sector, quien me dice que va a ser difícil que los barequeros dejen su labor, pues en promedio se sacan tres gramos de oro al día, los que venden a $60.000 cada uno. Recuerdo que en toda la zona del río Quinamayó y en la veredas Dominguillo, El Palmar y en los ríos y quebradas alrededor de la cabecera municipal de Santander de Quilichao, durante la colonia, en el siglo XVIII, los españoles de la familia Arboleda, explotaron los “Reales de Minas”, con mano de obra esclava, que extrajo grandes cantidades de oro, con parte del cual fabricaron las lujosas custodias, cálices, coronas para los santos y demás ornamentos religiosos para oficiar los ritos sagrados en los templos de Popayán y engalanar los pasos de las procesiones de Semana Santa. También me remonto a la niñez y adolescencia, cuando con ‘Guayo’ Montoya y el resto de la gallada, organizábamos los paseos al río Quinamayó, para nadar, y hacer las ‘arroz-sequeadas” complementadas con las sardinas, sabaletas y bocachicos que abundaban y pescábamos y freíamos, cuando el río tenía agua cristalina y abundante, charcos hondos y no había sido contaminado por los químicos de la agroindustria, ni destruido por la plaga de la minería ilegal. Entonces, en los años sesenta y setenta del ‘siglo XX cambalache’, era frecuente encontrar a los descendientes de los esclavos, la mayoría mujeres, con sus bateas barequeando en el río, para obtener pepitas y polvo de oro, con el que cuadraban sus ingresos… Es una costumbre de tradición y arraigada y va a ser difícil de erradicar o por lo menos regulada e inscrita como “artesanía artesanal”, pienso.
Ya van a ser las seis de la tarde, Elmer Guaza, 9 retroexcavadoras siguen removiendo tierra en busca de víctimas y otras 7 descansan. Un fornido moreno que parece dirigir en el sitio de la tragedia los trabajos de rescate de los cuerpos sepultados, se quita el blanco casco de seguridad y dice “No me dejan utilizar dinamita y los trabajos se demorarán más tiempo. Les propongo que suspendamos por hoy, que ya estamos fatigados y va a oscurecer… mañana con nuevos bríos madrugamos a las seis”.
Deja Una Respuesta