
Conversaciones exclusivas sobre el arte pasado.
Andaba caminando con mi amigo, el perrito androide llamado Pepín. Andaba él un poco molesto, me dijo lo siguiente:
-Hola, Kemistry, mira que un señor de 85 años me acaba de regañar- me dijo.
-¿Por qué?- le pregunté yo.
-Miró mi pinta, mis zapatos espaciales, mi camiseta de terciopelo, mis jeans rotos y dijo que le parecía el colmo, ya que en su época nadie se vestía así, me dijo que en su época, cuando él era niño, todos se vestían de mocasines, sacos de cuadros, corbatín, camisa blanca de cuello y así- respondió Pepín.
-Claro, le molestó tu pinta- le dije yo.
-Sí, pero lo que más le molestó fue mi respuesta. Si vieras cómo se puso. Le dije que si los niños en esa época se vestían así era porque no había más opciones, eso no es ningún mérito. Le dije que sería mérito si, en caso hipotético, los niños en los años 20 o 30 tuvieran la posibilidad de ir a una tienda de ropa y pudieran escoger entre esta ropa clásica y mi pinta. Si eso pasara y si efectivamente optaran por la pinta clásica, ahí sí vería mérito. Le dije que no estaba de acuerdo, así como con la música. Decía el señor que el colmo, porqué ahora escuchaban grupos y música rara, en esa época solo se oían boleros. Le dije lo mismo, que así eran los tiempos y no había más opciones. No es para nada comparable los estilos de cada época y no representa para mí ningún mérito vivir algo ante opciones inexistentes. En esa época eso era lo que había- me respondió Pepín, llevándose unas mentas a la boca. Andaba leyendo «Escolios a un texto implícito», precisamente del filósofo Nicolás Gómez Dávila.
-Qué bien Pepín, pero bueno, mostraste tu punto de vista, eso es lo que hay que hacer, ¿no?- le dije yo.
-Sí, es cierto, las conversaciones es lo que queda cuando ya no hay nada más sobre lo cual escribir- me dijo Pepín.
-Ven, más bien vamos a este café de la esquina a tomar algo, venden un jugo de curuba delicioso- le dije que yo invitaría. Me acababan de pagar, estaba platudo.
-Vamos, pero prométeme que no vamos a conversar. Quiero solamente leer callado en compañía de alguien- me dijo Pepín, mientras se amarraba sus zapatos espaciales.
-No te preocupes, los audífonos, los lapiceros y las letras sustituyen al público y de qué manera. Las mejores fiestas son en las que no hay necesidad de hablar- le dije.
-Ok, vamos. Por cierto, la otra vez alguien me dijo que había dejado de leer un libro, iba por la página 70 y no le gustó y lo dejó ahí, sin acabarlo, ¿qué opinas al respecto?- me preguntó Pepín.
-Bueno, me parece algo grave, atroz, un libro es como un partido de fútbol: puede ir mal pero te puede sorprender en el último minuto. De eso tengo varios ejemplos, ¿te digo?- le respondí
-No, no me digas, tranquilo. Voy a leer, pídeme una torta de amapola también por favor- dijo Pepín en un tono casi inaudible, mientras oía una transición de un mix.
Todas mis mezclas aquí.
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