(O de las ironías a tres bandas)
La semana pasada se realizó el IV Congreso Imaginario e Internacional de Charlatanería en la ciudad. Fui por no dejar, de curioso, para matar el tiempo de otra manera. Al tiempo lo he matado viendo televisión, jugando X-box 360, viendo fútbol, mirando pasar mujeres en el parque, comiendo helados, tirando dados, masturbándome, leyendo prensa, jugando dominó y cartas con los vagos del barrio, en máquinas tragamonedas, en fin; quería verle la cara al tiempo cuando lo matara asistiendo a un congreso. Pero el tiempo tiene más vidas que un gato. Como el día que el tiempo quiera matarme no me dará otra oportunidad, entonces juego a que lo mato yo primero en una especie de venganza futura. Pero nada que hacer, el tiempo sigue con su risita burlona mirándome desde el reloj, como si nada. Como si no pasara nada, ni lo segundos, ni los minutos, ni nada.
En los pasillos del Congreso había una serie de mesitas con manteles verdes, sobre ellas bolas de cristal, barajas, conchos de café, patas de conejos y otras zarandajas. Detrás de cada mesa un charlatán bien majo, con sonrisa de sorna, mirada embustera, corbata y chupa de moda.
El primer charlatán era especialista en política: me dijo que tenía que preparar mi voto para elegir en las próximas elecciones entre un gobernador negro y una mujer. En política, a la gente le gusta experimentar entre una mentira y otra, y ya que habíamos experimentado con gobernadores de tan alto perfil político y con tan bajo perfil ético, el zapato estaba ahora para escoger a seres distintos.
Otro charlatán, de boina y puro en boca, dedicado a presagiar eventos económicos, me dijo que los amigos como el dinero, no se ganan por azar. Este pueblo, me dijo, será próspero. El mercado negro, el mercado ilegal, la piratería, los productos chinos, serán la gran oportunidad para todos los dedicados al mercado de la chuchería. Eso sí, llegará la pobreza cuando comiencen a sacar petróleo, oro y metales de la tierra, porque ya se sabe que en pueblo rico camina la miseria.
Una charlatana de pestañas azules, blondos brillantes y labios rojísimos con un portátil donde sonaba La Heroica, o la sinfonía nº 3 de Beethoven, me dijo que por diez mil pesos me leía el futuro en el iris de los ojos. -Vale, le murmuré. -Vas a conocer y a vivir en una ciudad diferente, me dijo. Esta ciudad va a cambiar de manera sorprendente. Vas a conocer a una ciudad con eventos culturales de gran renombre. Una ciudad de calles limpias, y no volverás a ver indigentes en ningún semáforo. Y todos aquí tendrán trabajo. Nadie nunca volverá acostarse sin comer. Nadie más nunca volverá a perder tiempo haciendo colas en los bancos, y en los hospitales ya no mandaran aseadoras y porteros especializados en diagnosticar quién está enfermo o no, porque en las Empresas de Salud como las conoces hoy desaparecerán. Me dijo que ya está cerca el día donde todo el mundo respete las señales de tránsito y nunca más volveremos a ver un accidente de motocicleta.
Salí a la calle, y me senté a chupar helados en el parque. Me entró una llamada al celular. “Qué hace”-, dice la voz al otro lado de la línea. –Nada-, digo. Aquí entre charlatanes.
– ¿Otra vez en reunión política? Oiga, coja oficio… y me cuelgan.
Marco Antonio Valencia Calle
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