Al comenzar esta jornada, te doy gracias infinitas, Dios, en nombre de tu hijo Jesucristo, Salvador de la humanidad, por las maravillas que obras en forma permanente en mi vida terrenal. Esta vida es el más precioso don que Tú, Padre bueno, me otorgas; te la agradezco de corazón, puesto que con ella me demuestras cuánto me amas.

Te agradezco la vida toda, incluidas las aquellos seres que por alguna razón no te agradecen nada, ni siquiera este regalo invaluable.

Con este prodigio a mi favor, Señor de bondad infinita, pongo ahora bajo tu poder invencible todo pensamiento, todo sentimiento y toda acción que yo ejecute hoy. Que las tareas que voy a desarrollar no sean motivo de vanagloria personal, sino que sean culto a tus bendiciones y a tu misericordia.

En medio del discurrir de este día procuraré hacer un breve silencio para que me hables y me orientes con tu sabiduría. Solamente así estaré seguro de saber si lo estoy haciendo bien, o si debo enmendar alguna acción. Y, por favor, Padre santo, cierra mi corazón a todo aquello que transgreda tus principios divinos y tu voluntad.

Permite que la presencia espiritual de tu hijo Jesucristo sea mi compañía durante este día que, con entusiasmo, consagro a tu inteligencia suprema.

Amén.

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