Por Javier Enrique Dorado Medina
En los mismos instantes en que terminaba el gigantesco y fenomenal concierto llamado PAZ SIN FRONTERAS, el sábado 16 de marzo del presente año, promovido en buena hora por nuestro cantante Juanes y acompañado por excelentes artistas internacionales de la talla de Miguel Bosè, Alejandro Sanz, Juan Luis Guerra, Ricardo Montaner, Mili Vizcaino, Juan Fernando Velasco y Carlos Vives, en el Puente Simón Bolívar que une a Cúcuta y San Antonio de Táchira, con mas de 120.000 personas, para cantar y pedir la hermandad y el cese definitivo de las guerras, en esos mismos momentos los guerrilleros de las FARC, hacían de las suyas y se ensañaban cual lobos hambrientos contra la población civil, representados por indefensos indígenas, hombres mujeres y niños, de la vereda La Maria del resguardo de Tacueyó, municipio de Toribío, en el norte del Cauca.
El resultado siniestro no podía ser más trágico: un joven indígena muerto y doce heridos, entre ellos tres menores de edad, víctimas inocentes de una larga y cruel guerra sin sentido en que vienen empeñados esos bandidos y jinetes del Apocalipsis, desde hace mas de cincuenta años.
El contraste de lo que sucedió ese día histórico, no podía pasar desapercibido para nadie, pues mientras unos artistas importantes usaban sus guitarras, su música y sus voces para pedir la paz entre naciones hermanas como lo son Venezuela, Colombia y Ecuador, lo mismo que para exigir que se acabaran las guerras en cualquier parte del mundo, como lo pidió Miguel Bosè, a propósito de la guerra de Kosovo, otras personas desalmadas, “los artistas del mal” los podríamos denominar, hacían todo lo contrario de lo que pedían Juanes y compañía, atacaban a sus mismos compatriotas indefensos, destruían sus casas y sus esperanzas, los dejaban en la penuria, hacían llorar a hombres y mujeres y los convertían en desplazados, a la buena de Dios.
Mientras los cantantes o “los cancilleres de la paz” como muy bien los definió Carlos Vives, hacían vibrar de la emoción con sus repertorios y regalaban claveles blancos a los asistentes, los otros, los que sabemos, tiraban bombas explosivas sobre los indígenas y hacían explotar una casa caleta, donde tenían guardadas minas antipersonal y otros explosivos, aumentando el área de destrucción, de dolor, tristezas y lágrimas.
Ante esos coletazos de los violentos, debido a los últimos golpes contundentes propinados por la política de seguridad democrática de Uribe, los colombianos de bien debemos seguir conformando un solo equipo de respaldo para que algún día, podamos respirar en paz y las próximas generaciones de colombianos vivan en un país tranquilo, un país sin violentos y sin Farc.
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