
CARLOS E. CAÑAR SARRIA / carlosecanar@hotmail.com
En el lenguaje cotidiano, en entrevistas, en intervenciones públicas se manifiesta un gran desconocimiento de aspectos fundamentales relacionados con la política, la economía, el derecho y demás ciencias interrelacionadas con el arte de gobernar. En Colombia se nota a leguas que a no pocos gobernantes, líderes y legisladores les falta academia, estudio, capacitación, actualización. La carencia de conocimiento y análisis de temas y problemas económicos, políticos y sociales es algo evidente. Hay desconocimiento y confusiones de definiciones, concepciones, fundamentaciones filosóficas, ejes programáticos, etc. Se está haciendo común ver y escuchar congresistas que expresan y “argumentan» barrabasadas.
Ministros, gobernadores y alcaldes que no saben ni en dónde están parados. No es prudente generalizar, pero observemos no más algunas intervenciones de congresistas en el Canal institucional para caernos a cada rato como Condorito. ¡Más respeto! No nos imaginamos cómo, este tipo de personajes resultan elegidos, ni qué clase de pueblo es el que los designa. Se olvida que la falta de ilustración, de compromiso social y de liderazgo, se traduce en la mala administración pública y en resultados desastrosos para las comunidades. Gobernantes, dirigentes y legisladores sin formación filosófica, económica, política y jurídica están condenados al fracaso. Esta formación además de la vocación de servicio a las comunidades es algo indispensable en la concepción y consolidación del Estado moderno y democrático.
Hemos venido observando el desconocimiento o confusión que existe en el manejo de categorías y conceptos tales como Estado, Nación, nacionalidad, partidos políticos, población civil, sociedad civil, Estado de Derecho, Estado Social, región, régimen político, sistema político, sistema parlamentario, sistema presidencial, presidencialismo, legalidad, legitimidad, Derechos Humanos, Derecho Internacional Humanitario, cultura ciudadana, democracia participativa, democracia representativa, modernización, modernidad, postmodernidad, solución de conflictos, la política, lo político, etc.
Todo esto hace conveniente que no pocos de nuestros dirigentes se profesionalicen, se actualicen y capaciten. Sus ingresos económicos lo permiten. Algunos confunden todo y se expresan tan mal que aparentan no haber pasado ni por la primaria. Ahí están las universidades, ojalá colombianas, pues hay unas muy buenas públicas y privadas para ser aprovechadas y no tengan algunos políticos y congresistas que ‘recurrir’ al extranjero a cursar programas por correspondencia sin ningún nivel de compromiso o de exigencia. Eso sí, que les vaya suceder, lo que se le ocurrió hace varios años a una congresista samperista, de elaborar un proyecto de ley para que las universidades les otorgasen a los congresistas el título de politólogos -así de sencillo- por el simple hecho de ser congresistas. Proyecto por fortuna abortado que desconocía que los verdaderos títulos se ganan en las universidades.
En realidad para ejercer cargos públicos, nuestra Constitución Política no es tan exigente, de ahí tanta inconsistencia y tanto fracaso en la administración pública; peor aún, cuando se carece de criterios meritocráticos para acceder al poder.
Ante una democracia electorera como la nuestra, es común ver en no pocas oficinas públicas y en dependencias gubernamentales, personas con hojas de vida desnutridas académicamente, pero que gracias a los caciques electorales regionales y a sus habilidades politiqueras acceden a los cargos para fungir como marionetas de quienes les llevan a esas posiciones; haciéndole juego a unas relaciones interdependientes y clientelistas. Patrones y clientes a quienes les importa un bledo la difícil situación socioeconómica de las regiones, cada vez más abandonadas entre el olvido estatal y la desesperanza.
La falta de una cultura política democrática es abismal es este país que no vislumbra la posibilidad de construirse en sociedad civil y mucho menos como nación. Los partidos políticos que tienen entre sus funciones la educación política, están en nada, pues nadie da de lo que no tiene. En la única función que se hacen notar los partidos, es en la de ser maquinarias electoreras pero no como verdaderos intermediarios entre la sociedad civil y el Estado.
Sin pueblo no puede haber democracia, está super demostrado que ante el estado de cosas que cotidianamente se suscitan en nuestro país, donde pasa de todo y nada pasa, es precisamente la carencia de pueblo, de ese ente colectivo capaz de exigir el cumplimiento de los derechos denegados o suspendidos. En Colombia, infortunadamente se sigue pensando en el pueblo en un sentido electorero pero nada más, por eso en los demás roles, el pueblo no es más que una simple abstracción.
Poca conciencia nacional existe en la llamada ciudadanía, mejor dicho, carecen los verdaderos ciudadanos. Estos deben caracterizarse por la autonomía y la libertad a la hora de las grandes decisiones, pero no se sienten realmente; algunos en los procesos electorales, votando pero no eligiendo. Esta situación le ha hecho mucho daño a Colombia, porque ahí está el caso de los malos gobiernos, de la corrupción, del uso abusivo del poder, de la politiquería, del clientelismo, del populismo, de la compraventa de votos y demás patologías del régimen político democrático.
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