
Foto: Ministerio de Cultura.
Borges
Explorador de mapas y rutas olvidadas, hacedor de álgebras sagradas, de caligrafías fantásticas y siniestras. Poesía toda la sabiduría de un hombre que supo contemplar largamente la solitaria luna, nunca fue aquel en cuyos brazos desfalleció de amor Matilde Urbach.
Birges era como la inteligencia y era su encarnación más perfecta. Boges era la literatura. Con él la poesía alcanzó el vértigo de la metafísica y la sublime y verdadera tensión de toda auténtica belleza.
Le dio por escribir una obrea alucinada y alucinante. Una construcción de extrañas y asombrosas perfecciones. Allí la lógica exxaspera la razón. Alllí la lucidez tortura y fatiga la inteligencia. Allí el misterio revela sus estremecedores elementos en el esplendor de una metáfora. Allí el ser y el tiempo, allí el círculo y el espejo como formas de una eternidad incomprendida son sometidos al escrutinio implacable e impecable de unos ojos ciegos que todo lo escrudiñan y todo lo descifran.
Le gustaba entrar y permanecer en la otra sombra sin la triste plegaria del medroso o del doliente.
Fue ante todo un viejo y ciego Homero de estos siglos recientes y sombríos. Puede decirse – y no importa que haya un tenue aleteto de desmesura- que era un ser eterno, atemporal y sabio que recorrió los tortuosos caminos de los antiguos dioses vestido on el sayal iluminado del poeta y que en ese largo peregrinar por los crepúsculos, por las proféticas memorias y por los arduos arquetipos de la idea, y también por el esplendor de los olvidos y por las remotas constelaciones y las sombras, solo supo como Ulises que el arte es esa itaca de verde eternidad, no de prodigios.
Borges de alguna y de muchas maneras era el mortal más próximo y más intimamente cecano a lo divino. Creador, constructor y destructor de cosmogonías abrstractas y lejanas, exploró innumerables universos como si fuera un demiurgo lúdico y perverso. Nos legó una obra que es un caos y es un cosmos, y sin embargo eso fue apenas entreabrir la puerta del propio y personas secreto que se ocultaba en su alma de poeta.
Supo mirar con desdén el desfile de los siglos y sus nocresh, las vastas constelaciones, los pponientes y las generaciones, las águilas, los fastos, porque en el fonso íntimo de su frágil corazón iluminado quizá logró intuir que el destino del universo todo es apenas la busqueda siempre inacabada de un poema que un día nos develará los sueños.
Es perfectamente factible suponer que después de él, la literatura tendrá que hacer un esfuerzo sobrehumano para lograr esa tensión y esa abisal complacencia con los lenguajes del misterio, esa elaboración de lo perfecto y esa estremecedora capacidad de aproximarse al ser esencial y verdadero de todo lo existente.
Ni erudio, ni filósofo, ni metafísico, ni teólogo, era sólo y solamente un poeta ciego y sabio. Uno hombre a quien quizá le correspondió no haber tenido música en el alma, sino tal vez un herbario de metáforas y agrucias y un desdén de lo humano y sobre humano. Esa era su gloria, ese fue siempre su trinfo y por eso, sólo una cosa no hab´ra y es el olvido.
Cuando alguien vino a contarme que había muerto, pensé que de alguna manera, era como la muerte del poema, pero Dios quiera que, como en el río de Heáclito, su muerte sea un retorno y que ahora, cuando él se puso a errar por las lentras galerías con un vago horror sagrado, él sea el otro, nunca el muerto, el que seguirá caminando con los mismos pasos en los mismos días.
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