Rodrigo Valencia Q ©

Foto: Masear

«No mires atrás, no dudes, no agaches el tono del aire. Rastros hay, señales en el tiempo de greda.

Tendrás una luz en la mano, un instante de gracia», dijo una voz.

«No se suplica, se obtiene; se apodera en la transparencia del cielo, en el aire que atrae, gesto que abre el recinto detrás de la mañana y el tordo», cantó otra voz.

«Ven, solicito un umbral, amanezco en el barco del cielo, asciendo y la nube me envuelve. Mi cuerpo ha desaparecido, soy ascenso a mí misma, un quitasombra en el último patio. El sol aguarda en el centro del tiempo. No caigo, el mundo cambió de paredes, mil nubes hay en los dedos que hablan, no caerá en el mar un insulto del cielo», dijo Alma, con ojos de viento.

Y el árbol dejó la semilla, una centella fecundó palabras secretas.

«Algo ha nacido de ti, algo estrecha el abrazo donde la sombra asciende y no miente», dijo una última voz.

Y se oyó un coro; las voces flotaban, el firmamento era el reino de los higos secretos, un albor la mirada, la barca cruzaba una nube.

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