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El domingo 5 abril, 2009 a las 10:30 pm
ARIES DESPLEGÓ SUS CUERNOS Y ECHÓ SU BARBA AL VIENTO

www.yahwehsnewkingdom.com/aries.htm

Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Colombiano
leoquevedom@hotmail.com

Con el cambio de estación, el ermitaño, salió al jardín por la mañana. Era el comienzo de la época florida y quería ver los botones de las rosas y de las violetas que brotaban por entre las espinas y los coditos de los tallos. Primavera volvía al predio escaso en el desierto y auguraba frescor y nuevos perfumes al ambiente frío e insípido de la nieve que aún brillaba, allá, en los árboles que detenían la arena a cientos de kilómetros.

El asceta se detuvo a conversar con el carnero viejo que besaba apenas con sus barbas la incipiente colita de hierba que verdeaba. Sus ojos grises buscaban alimento y su hocico tierno movía sus belfos sin afán. Él había enseñado al monje que la Naturaleza no trabaja de prisa y no se estresa, pero que hace su trabajo a tiempo.

– Hermano Aries, le dijo, poniendo su mano sobre su testa. Gracias por estar a mi puerta y tocar con tu pata mi sandalia. El cabritillo alzó su mirada suave y dirigió su vista hacia el delgado habitante de la soledad y la mullida arena. Dio unos saltitos en redondo y así respondió al sorprendido soñador de la lejanía. No hablaba, porque no es humano, pero en su lenguaje caprino demostró que estaba feliz de gozar la floración del durazno y el ciruelo y de contribuir al gozo que sienten el árbol, la tierra, las dunas del desierto que renuevan con los rayos del sol sus entumecidos órganos.

– ¿Qué me mensaje me traes ahora que Primavera abre su pecho y deja ver sus flores? Déjame adivinar por entre la tersura de tu crin de seda, por el balido casi ronco y por el levitar de tu retozo si debo tu presencia a un renacer de energía o es apenas el abrebocas de una estación de sólo tres meses de luz y de cercanas esperanzas.

El ermita invitó al carnero con su gesto a que entrara con él hasta la cueva y lo ayudara a ordenar en paz sus pensamientos. Afuera quedaron la inmensidad de las arenas, la vastedad del cielo azul y el aire que absorbía con deleite los olores que sacaban de los retoños las abejas y los vientos.

Se sentó con Aries en la oquedad austera donde meditaba todos los días y miró con dulzura al único animal que compartía su paz y su silencio. El cabro dobló las patas, acomodó sus flancos en el piso y frente al sabio elevó su frente, sus cuernos y sus orejas. Su actitud era serena, sagrada y respetuosa. Como si oyera y enseñara, su actitud animó al eremita a reflexionar sobre el mensaje que Aries traía entre sus humores.

Yo sé que todo lo que ocurre es una enseñanza para el hombre. Primavera ha llegado a la Naturaleza que hibernaba fría entre el hielo y la llovizna. El paisaje no ayuda en esos días a solazarse a campo abierto y dar zancadas y cantar con el corazón en alto. La temperatura ha cambiado y los sentidos se aguzan con el calor y la ausencia de la ventisca y la desnudez del huerto.

Todo invita al ser humano a quitar las sábanas del ocio, a echar a volar la simiente sobre la tierra con la esperanza que la madre tierra produzca flores y frutos. Vendrá luego el trabajo del Sol, la Luna y los picos de los pájaros que harán surgir el alimento. Así de simple es la Vida. Nacer, sembrar confiados, crecer, alimentar el cuerpo y esperar la muerte que nos premie.

27-03-09 – 10:27 a.m.

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