ANDAR CON URBANIDAD POR LA CALLE

Imagen de: http://bit.ly/2Ea7LjO
En el Kínder de Doña María nos enseñaron urbanidad,
y lo que se aprende bien no se olvida.

Por Fanny Moreno Ospina
Ayer tuve que ir a la farmacia de mi EPS, cerca de la Avenida la Playa con la calle El Palo –pocos las conocen por su numeración-, acá en Medellín. Me propuse mirar muy bien por donde caminaba porque la mayoría de las aceras están en muy mal estado. El bus me dejó en la Avenida Oriental, entre las calles Pichincha y Bomboná.
Aproveché ir por el pasaje peatonal que conocemos como el de la policía. Me gusta transitar por allí para evitar los vehículos aunque los adoquines están bastante desnivelados. Mientras trataba de poner los pies en el piso con calma y equilibrio para evitar una torcedura, pensé que yo parecía ser la única de todo ese tumulto que estaba esquivando codazos, tropezones, encuentros de frente, de cadera, de espaldas u hombros.
La mayoría camina por donde le place. Unos en línea recta, otros en diagonal, otros mirando hacia atrás y los demás mirando a los vendedores de mangos, de minutos, de dulces o a las vitrinas. Muchos caminan tan despacio que parece estuvieran demorándose a propósito para llegar a su destino. A veces los envidio porque sería magnífico tener su calma e ignorar aquel barullo, mezcla de ruidos y voces. Un afán que rara vez nos dejará algo bueno.
Quisiera tener la facultad de elevarme unos cinco metros y mirar desde lo alto a todos esos seres que semejan hormigas, para hacerles un video. Noto que nos hemos organizado un poco -o tal vez mecanizado-. Algunos respetan ese casi interminable flujo de personas que hay a la derecha si van o a la izquierda si vienen, como ya es prácticamente una norma en las grandes metrópolis. No faltan los atravesados, que casi siempre son los que se tropiezan conmigo, ¿por qué? No lo sé.
Puedo aseverar que siempre conservo la vía que considero adecuada, excepto cuando debo esquivar a alguien inmenso que se me viene encima. O al del carrito de helados o al vendedor de tintos quien más parece un fumigador con ese gran contenedor de plástico a su espalda o al atrevido conductor de la carretilla con frutas que, para ganar tiempo, se sube a las aceras. Permanecer a salvo será mi prioridad: esquivar los carros nunca será una alternativa para mí.
Con desencanto tengo que observar a quienes no saben valorar que cada día tengamos más semáforos peatonales y no respeten sus luces en lo más mínimo. Para mí esta es la muestra de que tenemos derecho a la vía por escasos segundos. Vivimos tan acelerados que muchos no valoramos detalles que nos hacen la vida un poco más fácil.
Por fin llegué a mi destino, apretado el bolso de tela contra mi regazo en donde llevo apenas lo esencial para esta clase de salidas. Ahí me cabe mi cédula de ciudadanía, la fórmula médica y su autorización, las llaves de mi casa, el valor del copago de las medicinas y el pasaje de regreso. Nada más, pero todo es valioso para mí.
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