
Algo sobre el amor.
Como Sancho y el flaco Quijano salimos de casa con mi padre en busca de aventuras. Queríamos saber qué es el amor, esa cosa que mastican los viejos, que embruja a los jóvenes y balbucea la gente para explicitar hazañas o asuntos extraordinarios, cursilerías vergonzantes.
En una posada de servidoras con aliento de cebolla y ajo, Dulcinea nos dijo que el amor existe solo en los poemas, en las trovas, en las novelas y en el cine. En invenciones de poetas cargados de ganas y sin dinero para dilatar los goces que otro cuerpo proporciona. Mi padre dijo: “Sí, tal vez, puede ser”. Y nos fuimos.
En el camino, un cochero amigo, mientras ponía una llanta de repuesto, nos respondió que, si el amor nos favorecía, era mercantil, pero si favorecía al otro, era sumisión y esclavitud. Mi padre dijo: “Sí, tal vez, puede ser”. Y seguimos.
Camino a Macondo, una consorte de Melquíades nos manifestó: “A veces, con argumentos de amor, ejercemos violencia invisible sobre el otro y, sin querer, con artes de amor fragmentamos la salud emocional del prójimo”. Mi padre dijo: “Sí, tal vez, puede ser”. Y continuamos.
Un principito de cabellos dorados nos dijo: “En estos tiempos, la gente cree en el amor, pero no cree en Dios. Son asuntos que, si miran bien, al explicar el uno o el otro, en la imaginación son iguales”. Mi padre contestó: “Sí, tal vez, puede ser”. Y continuamos.
Una profesora de escuela aseguró: “El amor es irracional, domina y quita autonomía. Como un churrasco, es irresistible aun sabiendo que hace daño”. Mi padre respondió: “Sí, tal vez, puede ser”. Y continuamos.
Un principito de cabellos dorados nos dijo: “En estos tiempos, la gente cree en el amor, pero no cree en Dios. Son asuntos que, si miran bien, al explicar el uno o el otro, en la imaginación son iguales”. Mi padre contestó: “Sí, tal vez, puede ser”. Y continuamos.
Un lobo estepario nos manifestó: “Debajo de la piel de la palabra amor palpitan los deseos. Amamos lo que sea que nos brinde placer. Mi padre dijo: “Sí, tal vez, puede ser”. Y continuamos.
Una joven llamada Julieta nos mostró la foto de su Romeo para decirnos: “Enamorarse es una tragedia. Cuando menos nos conviene, más nos traiciona el corazón. Incluso así, el amor sin drama no es amor. Un amor de trámite no aguanta”. Mi padre dijo: “Sí, tal vez, puede ser”. Y continuamos.
Don Juan, un tendero de bigote hirsuto, nos confesó: “Gocé de amores que me dolían en el cuerpo, hubo otros que me asfixiaban la cabeza y otros que me hicieron hacer cosas jamás imaginadas. Al final, concluí que el amor es parte de nuestras historias de vida, que el tiempo diluye como hielo en el agua”. Mi padre dijo: “Sí, tal vez, puede ser”. Y continuamos.
María, paseando por un valle de cañaduzales, nos contó que a ella le hubiera gustado morir de amor como en las canciones de antaño, pero que un poeta llamado José Asunción le explicó que es imposible morir por nadie. Mi padre contestó: “Sí, tal vez, puede ser”. Y continuamos.
Francisco el Hombre, ante la pregunta, nos respondió con otro interrogante: “¿El amor es solo cuando hacemos el amor?”. Mi padre dijo: “Sí, tal vez, puede ser”.
Al final, nos sentamos bajo un árbol de mango a conversar. Yo le comenté a mi padre que me gustaría encontrar un remedio para controlar eso que llaman “amor”. Mi padre dijo: “Sí, tal vez, pero eso no puede ser”.
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