
ACERCA DE GIBRÁN
(Un diálogo con el escritor Donaldo Mendoza)

D: —En estos días, aparte de tu envío por internet, me mandaron un fajo de frases, de esas que adornan con árboles, campos y playas, y había una de Gibrán con una reseñita que decía también: “novelista”; yo empecé a sufrir, porque si escribió novelas, ese fue su fracaso; más avispado Borges, que siempre le huyó a ese cuento que se alarga con ripios.
R: —Al menos “Alas Rotas”, “Ninfas del Valle” y “Espíritus Rebeldes”, entre las que conozco, son novelas. ¿Ha leído “Jesús el Hijo del Hombre”?; considerarla como tal sería desvirtuar un género.
D: —Cuando la leí no la sentí así, como novela. Me parecían viñetas literarias, dibujos escritos sobre el personaje, como ciertos ejercicios de Tagore. Lo cierto es que las historias literarias no lo mencionan. Esa obra parece una biografía en versión libre del autor. En fin, un hombre que no dejó datos de primera mano sobre su vida puede ser objeto de muchas biografías, y todas son válidas, siempre que sean bien escritas y verosímiles.
R: —Lo interesante es que es una nueva visión de Jesús, con la consabida nostalgia que siempre encuentro en Gibrán; pareciera que siempre tiende el arco, la pluma, hacia el recóndito infinito, y quiere reivindicar el precio oculto del alma. Se necesita sabiduría y conocimiento para escribir de esa forma; por eso digo que Gibrán es un filósofo-poeta-místico: descubre lo profundo, asciende a las claridades de la Luz, entona música sibilina con la palabra escrita.
D: —O lo profano ennoblecido, sin sus escorias.
R: —Me basta con lo que fue: un ser que miró el corazón del mundo, despojándolo de todo lo profano; sus voces cortas, aforísticas, amenas y espirituales me son suficientes para reconocer en él un genio inspirado, de alma noble y mirada religiosa. Creo que estaba por encima de todo lo vulgar; se cruzó con lo maravilloso… se despegó de la tierra y sus vicisitudes. Para mí, Gibrán es uno de los rostros del Altísimo, alguien que ha poetizado con palabras y dibujos el sentido oculto de lo sacro.

D: —Hay una clara idealización de Gibrán en lo que dices. Lo has puesto en el trono de esos que fueron amanuenses de Dios.
R: —Cierto; pero es que siempre me llega al fondo su lenguaje inspirado. Un alma suave, iluminada e intimista rebosa en cada línea del famoso poeta libanés.
D: —Tengo entendido que tenía tremenda influencia de Nietzsche, admiraba profundamente a William Blake, y leía intensamente a John Keats.
R: —Gibrán me enseñó otras palabras, distintas a las del filósofo alemán; no es insolente como Nietzsche, y es «humano, demasiado humano», tanto como divino, demasiado divino. Está muy cerca de los hombres y muy cerca de Dios. Es el arte, y también la ciencia. Sus palabras tienen un vino dulce; enajenan con un sabor sagrado. Relee uno ese hermoso libro “Jesús, el Hijo del Hombre”, y se comienza a descubrir de nuevo la belleza de pertenecer al mundo humano. Y en El Profeta, los discursos alivian las dolencias del espíritu; sólo un privilegiado podía encontrar esas voces arcangélicas.
D: —Gibrán, un autor que quizá no ganó lo suficiente para vivir holgadamente de sus libros. Siempre he tenido la curiosidad de una buena biografía.
R: —»Alas Rotas» es autobiográfica. Pero la verdadera dimensión de un hombre se conoce en sus obras; sus dibujos y pinturas me traen reminiscencias de Da Vinci; sus dulces claroscuros son un terciopelo suave, atemperan la percepción de los sentidos. Hace mucho hice un dibujo, “El Sudario”, en homenaje suyo.
*
El reloj de la sala marcó las doce; era hora de salir; ambos se levantaron y pasaron mirando el cuadro del Sudario. Parecía que el vidrio protector no dejaba filtrar los años, a pesar de cierto deterioro que ya aparecía en el papel. El reflejo de ambos pasó por el cristal, y se sintieron huéspedes fugaces en la casa del tiempo.
—Es el rostro del profeta —explicó el pintor; —la composición es en cruz, y he tratado de representar un aforismo de Gibrán: “El hombre es dos hombres: uno está despierto en la oscuridad, y el otro está dormido en la luz.”
Afuera parecía que el cielo le huía al calor del mediodía.
**RVQ – DONALDO MENDOZA**
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