La poeta negra ha golpeado el tambor del idioma palenque y el contorno de las figuras bantúes, yorubas, mabilekes, punus y cientos más han abierto sus ojos y boca. María Teresa Ramírez ha despertado estos espíritus que vuelan por museos, recuerdos de abuelos y en la tierra colombiana de San Basilio de Palenque, Bolívar.
María Teresa no solo es poeta, encantadora de palabras y suspiradora de ayes y adioses en sus cantos agoreros. También es investigadora, buscadora de sonidos y voces escondidas tras el velo de la historia. Le ha robado a la noche sus secretos y mirado con lupa los rastros que Benkos Biojó, Tofeme, Malambo, Ararás, Popós, Bámbaras, Mandinga o Lucumí dejaron sobre piedras, cercas de alambre y púas y en campo traviesa en su periplo obligado y lejos de sus pueblos originarios.
Como una sibila romana o una chamana kafre ha cerrado sus ojos y elevado sus manos para auscultar en el aura de la tierra en donde corrieron como gamos para conseguir su liberación y lloraron como ovejas esquiladas. Palabra por palabra ha ido tejiendo la gramática del dolor y el honor en las páginas de su poemario. La primera palabra de su libro está escrita con fuego: Mabungú. Es un grito que sale no solo de la garganta, sale del vientre, de la sangre, por los poros como ñu de Namibia a la estampida.
María Teresa piensa que en su libro narra la cosmogonía africana desparramada por todo el territorio colombiano. No solo hubo palenques en la Costa caribe. También los hubo en cada casa valluna, antioqueña, cundinamarquesa, caucana o chocoana en donde sufrieron la esclavitud quienes llegaron en los barcos negreros. Pero San Basilio guarda aún su idioma.
Hasta Mabungú llegan las voces de Obeso, de Guillén, de Palés Matos, de Artel, de Martán Góngora. Llegan los cantos en las canoas y potrillos de los bogas que legaron su dolor y sus amores a la luna y al mar.
Mabungú es un canto de triunfo. Es un testimonio de la riqueza idiomática, de la facilidad de la música y la mezcla del oído y la danza. Aparece diáfana la jitanjáfora bajo los amplios pliegues de las faldas de las abuelas. Las palabras bailan en el verso antes que en la boca del canoero y sobre las ondas del mar.
Mabungú es un jitanjaforario puro. María Teresa seguramente estuvo pensando en su Sabas Mandinga que la guió por la danza y la enamoró al son la mirada de Sensemayá la culebra que él recitaba y bailaba para exorcizarla.
Peringo, matambá, kalunga, ngurianjuriá, bangasunga, usukulú, changaina, yambulú, bilongo, pundungo, chibiringuete, labadongo. Qué expresiones tan musicales y poéticas. Qué fácil fue para María Teresa bailar cuando escribió Mabungú.
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